Estaba recién estrenado el otoño y las dos hermanas salieron de casa hacia la parada del autobús. Una de ellas, la mayor, que tendría unos 40 años, lucía una impresionante barriga. Seguramente había salido ya de cuentas, pero después de 4 hijos, no iba a perder el tiempo contando los días ni le iba a quitar el sueño este tema. Y mucho menos iba a cambiar sus planes. Cuando llegara, llegaría.
Y llegó. El autobús, quiero decir. Las dos hermanas subieron charlando. Viviendo en ciudades diferentes, y cada una con su numerosa familia, no tenían tantas ocasiones para hablar de sus cosas a solas. Se dirigían al notario, tenían que arreglar unos papeles referentes a una herencia.
Pero cuando pasaban frente al Retiro, algo ocurrió. El suelo del autobús estaba mojado. La hermana mayor había roto aguas.
Bajaron rápidamente en la siguiente parada, la última de la calle Menéndez Pelayo. La hermana mayor tranquila, la pequeña hecha un manojo de nervios. No venía ningún taxi. Necesitaban llamar por teléfono, pero no se veía ninguna cabina y por supuesto, en aquella época los móviles no eran ni ciencia ficción siquiera. Cruzaron la calle O'Donnell y entraron en el primer portal que encontraron, debía ser el número 9, justo el de la esquina, y le pidieron al conserje que les dejara telefonear. Pero aquel hombre, sin apiadarse ni un segundo de estas dos mujeres en tan delicada situación, seguramente molesto no sólo porque le habían pisado lo fregado, sino porque le habían mojado el suelo más todavía, les contestó secamente que allí no había ningún teléfono.
Salieron de nuevo a la calle. A la hermana pequeña le temblaban las piernas, estaba hecha un flan, pero estaba dispuesta a resolver la situación y decidió lanzarse a la calle y parar al primer coche particular que pasara y que las llevara rápidamente al hospital. Pero no hizo falta porque en aquel momento, milagrosamente, apareció un coche negro con una banda roja pintada a todo lo largo y un cartelito en el parabrisas que decía, parafraseando a Nino Bravo, "Libre". Se subieron al taxi, la hermana menor aliviada, y justo cuando iba a dar al conductor la dirección de destino, la hermana mayor se le adelantó: "A la calle Don Ramón de la Cruz, por favor".
-Pe... pero ¡ahí no está el hospital! -dijo la hermana pequeña con la voz temblorosa.
-No, vamos al notario. -contestó la mayor- ¡Aún tenemos tiempo de sobra!
Así que llegaron al notario y pidieron al taxista que las esperara. En la sala de espera se abarrotaba la gente, pero al ver el estado en que se encontraba la mujer (no por mucho tiempo más) embarazada, tuvieron el detalle de dejarla pasar, imagino que literalmente, apartándose lo suficiente para no mojarse los pies.
El notario las recibió en su despacho con gran amabilidad y ceremonia, les estrechó la mano y las invitó a sentarse. La mujer embarazada, que seguía sin estar nerviosa pero que empezaba a tener un poquito de prisa, le pidió que les dijera dónde firmar para poderse marchar cuanto antes. Entonces el notario les informó que eso era imposible, que no podían firmar los papeles sin leerlos antes. A continuación sacó de uno de sus cajones un taco de papeles que soltó con un golpe seco en la mesa, haciendo que esta retumbara. Las dos mujeres se miraron, aterradas. En aquel momento, el estricto corazón del notario se ablandó y decidió leerles él mismo los pasajes más importantes de aquella montaña de papeles. No sé si fue antes, durante, o después de aquella lectura cuando la hermana menor consiguió que le dejaran usar un teléfono y avisó a su cuñado para que se dirigiera cuanto antes al hospital, pasando antes, eso sí, por casa para recoger la canastilla que ellas no llevaban encima ¿para qué?
El señor notario por fin terminó su lectura-resumen y las hermanas plasmaron sus firmas donde les fue indicado. Se despidió de ellas con un apretón de manos y con una sentencia que la futura mamá recordaría muy divertida durante años: "Va a ser niño, y va a ser notario". Fue una suerte que mucho tiempo atrás este señor, cuando se debatía entre estudiar para notario o marcharse con los feriantes para dedicarse a las artes de la adivinación, eligiera el primer camino porque evidentemente como vidente no tenía futuro ninguno.
Aquel lunes las dos hermanas subieron de nuevo al taxi que las estaba esperando en Don Ramón de la Cruz. "¡Al Hospital Nuevo Parque, deprisa!" El taxista pisó el acelerador y en la radio comenzaban a sonar las Canciones Dedicadas de Radio Intercontinental, un programa que empezaba a las 6 de la tarde.
A las 7 en punto yo ya estaba en este mundo.
Felicidades para mi y para mi madre y para mi tía que son unas heroínas :)
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5 comentarios:
Preciosa, divertida y conmovedora historia. Es para rodar un corto... ¿que no?.
Menos mal que no has sido chico y mucho menos notario... te preferimos así: PERFECTA.
ME HAS ALEGRADO LA MAÑANA :)
Gracias!!! :)
waw!!A mi me habías contado lo del bote de pepinillos en vinagre, pero esto no. Precioso.
¿Pepinillos en vinagre? ¿Ein?
Pero cómo no nos has contado esta historia antes????
Me ha emocionado :)
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